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Edición artesanal de J. E. Cirlot, Cuando el mito cincela el arte





Nos satisface presentarles esta bella obra de confección artesanal dedicada a Juan-Eduardo Cirlot, donde participa el investigador y poeta español José Antonio Antón Pacheco, y donde colaboramos los editores de Mochuelo ofreciendo una semblanza sobre Cirlot -a la cual pertenece el extracto intoductorio que hallarán a continuación*-.


Además, en el apartado "Semblanzas cirlotianas de Cirlot" hay tres textos fundamentales del propio autor; todos nos ayudarán a conocerlo de una manera personal, desde la honestidad de su pluma.


Los autores como Juan-Eduardo Cirlot son originales en el sentido más poético del término: buscan, y de hecho logran, acercarse al punto donde todo lo humano se origina.

Eso debiera bastar para generar interés en los lectores ávidos de textos con sustancia y profundidad.


La tirada de J.E. Cirlot, cuando el mito cincela el arte es limitada y se confeccionó en el corazón de las pampas bonaerenses. Fue presentado en Farol, la Feria de Ares y Oficios del Libro, realizada en Cazón en febrero de 2024.



*Introducción al personaje y su bagaje

A Juan-Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916- íd. 1973) se lo empieza a conocer como poeta, aunque durante su vida parece haber tenido más celebridad como un agudo ensayista sobre artes plásticas y como traductor de decenas de obras en torno a esa inacabable materia –lo cual, indudablemente, le permitió estar al corriente de la escena europea y española de esas décadas-. Pero entonces ya estaba claro que su obra máxima era su Diccionario de símbolos, original compendio traducido tempranamente a otros idiomas, y reconocido, por ejemplo, por autores de la talla de Herbert Read, investigador ligado al Círculo de Eranos.

Luego, sus obras poéticas, de breves tiradas y hoy carne de bibliofilia, no prosperaron cuantitativamente. Pudo deberse a que fue un poeta extraño; extraño, al menos, para quien deseara introducirlo en una de esas “generaciones” que con mayor o menor tino la crítica tiende a agrupar las beldades -o fealdades- estilísticas del verso. Y, además, a que no cayó en los facilismos que llenan páginas de descripción, a veces poco creíble, del dolor ajeno. Ya lo dijo él, su pasión estaba en el “más allá”. Eso lo aleja, como se sugería, de las problemáticas de su tiempo, y lo ubica junto a exquisitos buscadores de paraísos perdidos; de Edades de Oro extintas; de arquetípicas amadas salvadas por heroísmos hoy inverosímiles aunque agazapados en el mito. Y siempre dispuestos a salir.

Sí, por supuesto, está cerca de numerosos poetas de diferentes tiempos y latitudes. Por ejemplo, de W.B. Yeats, de William Blake o de Jorge Luis Borges, al cual mencionará luego en su ensayo José Antonio Antón Pacheco como un caso equivalente de creador en el que el arte no se agota en lo estético, sino que posee una función metafísica y vital[1].

Sí fue parte Cirlot de Dau al Set, un grupo de artistas catalanes de vanguardia, donde se encontraban Modest Cuixart, Arnau Puig, Joan Ponç, Joan-Josep Tharrats, Joan Brossa y Antoni Tàpies -quien justamente ayuda a ilustrar nuestra portada-. Aquellos jóvenes eran cercanos al postismo, al cual, en el propio Diccionario de los Ismos, el poeta-lexicógrafo le destacara la primacía del subconsciente, la belleza y la alegría, y lo describiera como un espacio donde no primaba “ninguna clase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos que puedan cohibir el impulso imaginativo”.

 Y también se acercó al surrealismo, a cuyo miembro fundador, André Breton, nuestro poeta le escribió con extrema belleza y extrema sinceridad; gracias a un cálido gesto de Victoria y Lourdes, las hijas del creador, aquí podrán disfrutar de una misiva de 1956. Así como de otros dos textos que, creemos, dan una concisa semblanza de la vida y la obra de Cirlot.

Hemos visto en más de una oportunidad que a los hombres profundos se los suele “explicar”, o acaso rebajar, recurriendo al subterfugio de que habrían logrado alcanzar la maestría artística por haber desechado otros aspectos fundamentales de la vida diaria.  Probablemente se refieran los eruditos a esa vida dedicada a la observación, como él mismo dirá en “Mis espadas”. Pero ello no le impidió pasar una intensa juventud en una Barcelona seguramente más real que la actual;  ser movilizado en una guerra a partir de la cual muchos españoles, y no sin facilismo, explican sus pesares personales y nacionales; o ser un músico prácticamente profesional, enterado de todo lo que pasaba en la producción musical de alta calidad de su tiempo. Ejecutó música, escribió sobre ella y compuso música. Y se relacionó también con el musicólogo alemán radicado por unos años en Barcelona, Marius Schneider, hombre muy avezado en la búsqueda de lo humano en las expresiones folclóricas. Se ha dicho que a partir de eso Cirlot se propuso la escritura de su Diccionario de símbolos.

Hoy hay debates, y eso es digno de celebración, sobre la fe en Juan-Eduardo Cirlot. Parece ostensible que alguien que se interesara tanto, casi obsesivamente, por esos temas sintiera -o supiera- que ese más allá existe y opera en nosotros; que la vida es puro sentido y no carece de él, como pareciera a algunos que hablan de que la nada reina allende los millones de años que, se supone, nos separan de… la nada. Eso, su fe, aparece hermosamente en “Momento”. También podrán leerlo en esta edición artesanal.


[1] Así presenta la idea Antón Pacheco: “También al argentino se le ha querido ver como la proyección literaria de un material manipulado con una intención simplemente estilística. Esta reducción a un vacuo esteticismo está muy lejos de la poética de Cirlot (y de la de Borges, claro)”. Esa y otras reflexiones aparecerán en el apartado “La poesía metafísica de J.E. Cirlot”.

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