El amor de un padre a su hija es el amor a la vida. Federico de Arce sabe que ni él ni su venerada Carmen le importan demasiado al universo; y que si hubiese un Dios este no bajaría a contar hormigas en el idílico lugar, casi inmortal, de la infancia de esa niña que ya estudia Física. Y que, como su padre, algún día habrá de reconocer que valer poco tiene una contraparte aliviadora: puede deberse a que el valor está en la vida que nos habita hasta ser el humano pienso de los mirlos que mañana nutrirán las hormigas que nuevas cármenes contarán.
Este es un libro sobre el amor escrito con humildad ante la regia naturaleza –que disputa trono y se confunde con Dios- y el impulso vital. Y es, parece, un libro soberbio, donde el autor retoma frases de Wittgenstein, que también era soberbio ante los hombres porque sabía que Dios, la naturaleza y el impulso vital se comunican en el idioma cantado en el silencio de la raña. O donde sea que se lo escuche.
Los editores.
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